Había una vez una mujer cananea llamada Miriam, que vivía en una pequeña aldea en la costa del Mediterráneo. Miriam era una mujer piadosa y creía en Dios con todo su corazón. Ella sabía que Dios podía hacer milagros y que si oraba con fe, Él respondería a sus peticiones.
Un día, Miriam recibió la noticia de que su hija estaba gravemente enferma. A pesar de haber buscado ayuda médica, la condición de su hija empeoraba cada vez más. Miriam no sabía qué hacer y sintió que estaba perdiendo la fe. Pero luego recordó la historia de la mujer enferma que tocó el manto de Jesús y fue sanada. Miriam se aferró a esta historia y decidió orar por la sanidad de su hija con la misma fe.
Miriam comenzó a orar todos los días, pidiéndole a Dios que sanara a su hija. Pero cuando fue a ver a los líderes religiosos de su aldea, ellos le dijeron que no era digna de la ayuda de Dios porque no era judía.
Miriam no se desanimó, sino que se aferró aún más a su fe. Sabía que Dios no discriminaba a nadie y que Él era capaz de sanar a su hija. Entonces, decidió viajar a la región de Tiro y Sidón, donde había oído que Jesús estaba predicando.
Cuando llegó a la región, Miriam buscó a Jesús y le suplicó que sanara a su hija. Pero Jesús le dijo que no había venido a los gentiles, sino a los judíos. Pero Miriam no se rindió y le suplicó con más fervor: "Señor, pero aún los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos".
Las palabras de Miriam tocaron el corazón de Jesús y Él respondió a su fe. "Mujer, grande es tu fe. Que te suceda como quieres", dijo Jesús.
Miriam regresó a su aldea y encontró a su hija sana y salva. Desde entonces, ella se convirtió en un ejemplo de fe y perseverancia para todas las mujeres de su aldea. Inspiró a muchas mujeres a desarrollar su vida de oración y a creer en la capacidad de Dios de responder a sus peticiones.