Hace muchos años, en la ciudad de Jericó, vivía una mujer llamada Rahab. Rahab era una prostituta y, por lo tanto, era marginada y despreciada por la sociedad en la que vivía.
Un día, dos espías israelitas llegaron a Jericó y se hospedaron en la casa de Rahab. Los líderes de la ciudad se enteraron de su presencia y les ordenaron a Rahab que los entregara. Sin embargo, Rahab, que había oído hablar del Dios de Israel y su poder, decidió proteger a los espías y los escondió en la azotea de su casa.
Rahab le dijo a los espías que sabía que Dios les había dado la tierra de Canaán y que estaba segura de que su pueblo conquistaría Jericó. A cambio de su ayuda para salvar a los espías, Rahab les pidió que protegieran a ella y a su familia cuando los israelitas tomaran la ciudad.
Los espías aceptaron y Rahab les dejó salir de la ciudad de manera segura. Después, Rahab ató un cordón escarlata en la ventana de su casa, como señal para que los israelitas la reconocieran y no la dañaran cuando llegaran a Jericó.
Los israelitas finalmente llegaron a Jericó y marcharon alrededor de las murallas de la ciudad durante siete días, tal como Dios les había ordenado. Finalmente, las murallas se derrumbaron y los israelitas entraron en la ciudad.
Durante la conquista de Jericó, Rahab y su familia fueron protegidos por los espías israelitas y fueron llevados a un lugar seguro fuera de la ciudad. Rahab y su familia se unieron al pueblo de Israel y Rahab se convirtió en una mujer respetada y honrada.
La historia de Rahab muestra el poder de la oración y la fe en Dios. A pesar de que Rahab no era una mujer de fe al principio, su encuentro con los espías israelitas y su conocimiento de Dios la llevaron a confiar en él y a pedir su protección. Dios escuchó la oración de Rahab y la protegió, incluso cuando ella era una prostituta marginada en su propia sociedad.